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Milán, Pavia y los lagos 8. Santa María de la Gracia.

 


Milán está plagado de hermosas e interesantes iglesias de todas las épocas y estilos, como no podía ser de otra forma en una ciudad italiana. Te encuentras con ellas, e incluso en ocasiones parece que son ellas las que se acercan, las que tratan de llamar nuestra atención infiltradas en el tejido urbano. Abarcarlas sería imposible, por lo que más vale armarse con un plano y una guía, unas pequeñas instrucciones y dejarse llevar, que la inconsciencia es también muy valiosa. El laberinto de callejuelas del casco antiguo, que te pondrá a prueba, es el lugar más propicio para esta exploración.

Sin duda, la iglesia más famosa es el Duomo, de una categoría singular. Y, quizá, entre el resto, la más buscada sea Santa María delle Grazie por albergar en su refectorio la obra maestra de Leonardo, La última cena. Mucha gente se acerca hasta ella, la contempla por fuera, busca a la izquierda de su fachada la entrada para el refectorio y, si ha sido diligente y ha comprado la entrada con antelación suficiente, podrá disfrutar de la obra que se desvanece.

En el lugar había una capilla dedicada a Santa María de la Gracia. Un comandante de las tropas de Francesco Sforza la donó allá por la mitad del siglo XV para que se construyera una iglesia y un convento. El propio Francesco se implicó en su construcción, que encargó al arquitecto Guiniforte Solari en 1463. Posteriormente, Bramante realizó diversas modificaciones y la cúpula, aunque hay dudas sobre su participación directa. El resultado fue una combinación de ladrillo y piedra blanca y la singular cúpula dominando la estructura. En el interior, quedaban tres claustros, el de la Enfermería, el de los Muertos y el Gran Claustro.

Ludovico el Moro fue quien promovió las modificaciones, encargó a Leonardo La última cena y decidió enterrar aquí a su esposa, Beatriz d’Este, y convertir el convento en el mausoleo de los Sforza, como los Visconti lo hicieron con la Certosa de Pavía. Por cierto, en la Certosa se encontraba la tumba vacía, magnífica, de ambos cónyuges, que fue vendida por los monjes de Santa María cuando necesitaron dinero.

El interior de la iglesia recordaba al gótico. Los muros estaban adornados con frescos de Bramantino, Gaudencio Ferrari y otros. El techo simulaba el cielo estrellado.


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