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MIlán, Pavia y los lagos 34. La iglesia de la cartuja.


 

La iglesia era de ladrillo rojo y piedra blanca, una constante en Milán y Lombardía. La impresión es que la fachada parecía el decorado que se anteponía a la misma. Nos preguntamos si originariamente la idea era cubrir totalmente de mármol la iglesia o si quedó así por no alcanzar los fondos. Se hubiera perdido la hermosura de su contraste cromático. La fachada estaba incompleta. Al principio creí que no la habían rematado para que se pudiera contemplar desde lejos la cúpula y su esbelta linterna. Sin embargo, nos confirmaron posteriormente que el remate del piso superior no había sido iniciado. Al acercarnos más apreciamos que toda la fachada estaba cubierta de estatuas de excelente factura y de relieves de un gran realismo. Les dedicamos bastante tiempo.



El interior era alto y amplio, como el de una catedral. Se percibía el deseo de impresionar, de dejar huella, de que el visitante no olvidara ese despliegue de riqueza y poder y lo asociara con sus promotores. Las vidrieras, las pinturas de las capillas, las esculturas de santos, los frescos, creaban una ambientación que destilaba belleza y poder, a mayor gloria de Dios y de los Visconti. Aquí trabajó Il Perugino, quien realizó un retablo del que sólo se conservaba el panel central. O Bergognone, quien trabajó en tres capillas y en el crucero y en un San Ambrosio con santos. No debes perderte el detalle de los monjes que se asoman a las ventanas: están pintados.



Al crucero accedimos por una reja poderosa. En el lado norte, la tumba vacía de Ludovico el Moro y su esposa Beatriz d’Este, que no pudieron disfrutar al morir en el exilio Ludovico. Debiera haber quedado en Santa María delle Grazie, que, como indicara, vendió el sepulcro para hacer caja. Allí sólo quedó el cuerpo de ella. Los cuerpos en mármol reposan serenos, en otro mundo, escenificando un amor y veneración envidiables. Gian Galeazzo Visconti, el fundador, reposaba en un monumento digno de un príncipe al otro lado, en el lado sur del crucero.

En el abocinado del ábside, la sillería era espectacular con rostros de santos en marquetería que fueron diseñados por Bergognone y su hermano. Sin olvidar los frescos o el altar de marfil de Baldassare degli Embiachi.

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