La iglesia era de ladrillo rojo
y piedra blanca, una constante en Milán y Lombardía. La impresión es que la
fachada parecía el decorado que se anteponía a la misma. Nos preguntamos si
originariamente la idea era cubrir totalmente de mármol la iglesia o si quedó
así por no alcanzar los fondos. Se hubiera perdido la hermosura de su contraste
cromático. La fachada estaba incompleta. Al principio creí que no la habían
rematado para que se pudiera contemplar desde lejos la cúpula y su esbelta
linterna. Sin embargo, nos confirmaron posteriormente que el remate del piso
superior no había sido iniciado. Al acercarnos más apreciamos que toda la
fachada estaba cubierta de estatuas de excelente factura y de relieves de un
gran realismo. Les dedicamos bastante tiempo.
El interior era alto y amplio,
como el de una catedral. Se percibía el deseo de impresionar, de dejar huella,
de que el visitante no olvidara ese despliegue de riqueza y poder y lo asociara
con sus promotores. Las vidrieras, las pinturas de las capillas, las esculturas
de santos, los frescos, creaban una ambientación que destilaba belleza y poder,
a mayor gloria de Dios y de los Visconti. Aquí trabajó Il Perugino, quien
realizó un retablo del que sólo se conservaba el panel central. O Bergognone,
quien trabajó en tres capillas y en el crucero y en un San Ambrosio con santos.
No debes perderte el detalle de los monjes que se asoman a las ventanas: están
pintados.
Al crucero accedimos por una
reja poderosa. En el lado norte, la tumba vacía de Ludovico el Moro y su esposa
Beatriz d’Este, que no pudieron disfrutar al morir en el exilio Ludovico.
Debiera haber quedado en Santa María delle Grazie, que, como indicara, vendió
el sepulcro para hacer caja. Allí sólo quedó el cuerpo de ella. Los cuerpos en
mármol reposan serenos, en otro mundo, escenificando un amor y veneración
envidiables. Gian Galeazzo Visconti, el fundador, reposaba en un monumento
digno de un príncipe al otro lado, en el lado sur del crucero.
En el abocinado del ábside, la
sillería era espectacular con rostros de santos en marquetería que fueron
diseñados por Bergognone y su hermano. Sin olvidar los frescos o el altar de
marfil de Baldassare degli Embiachi.
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