También en el museo celebraban
una fiesta de alto nivel. Los de seguridad iban de traje Armani y los coches de
lujo se amontonaban en la entrada. La mitad de la planta baja estaba reservada.
Los museos han tenido que buscar nuevas fuentes de ingresos para cuadrar sus
cuentas ante la retirada de ayudas, subvenciones y patrocinios y han
descubierto en los cócteles un filón.
Subimos a la primera planta.
Observamos el palacio un rato desde lo alto.
José Luis comentó que era un
privilegio contemplar esta colección de arte italiano, esencialmente religioso,
ya que en España era bastante escaso. En efecto, hasta el inicio del
coleccionismo de pintura veneciana por Carlos I, por su relación con Tiziano,
continuada por los Austrias, el flujo de arte italiano se había manifestado más
en pintores italianos que trabajaron en España o en españoles que lo hicieron
en Italia durante el Renacimiento. Mucha de esa pintura italiana que deseábamos
ver aún estaba en las iglesias en forma de frescos, lo que obligaba a verla in
situ, o había quedado en las grandes pinacotecas transalpinas.
Como no teníamos demasiado
tiempo optamos por buscar las diez obras marcadas por la guía y dejarnos llevar
un poco por la intuición. O por las marcas para conectarse con la audioguía,
que suelen mostrar las obras fundamentales.
En la pinacoteca estaban
representadas abundantemente todas las escuelas italianas: la pintura gótica y
del Trecento, el renacimiento veneciano, con nada menos que diez salas, el
lombardo, el de las Marcas, el toscano o el boloñés. El Político Valle Romita, de Gentile da Fabiano, Cristo muerto, de Mantegna, Virgen
y el niño, de Giovanni Bellini (un tema que se repetía en otras
representaciones de otros autores), el Encuentro
del cuerpo de San Marcos, de Tintoretto, Virgen con el niño, santos y Federico da Montefeltro, de Piero de
la Francesca, Desposorios de la Virgen, de Rafael, Cena en Emaús, de Caravaggio, Il
molo dal bacino di San Marco, de Canaletto, El beso, de Francesco Hayez o Tumulto
en la galería, de Umberto Boccioni. Sin olvidar a El Greco y su San
Francisco, a Rubens, Rembrandt y otros grandes pintores.
El encanto de una cena en la calle se consumó a pocos metros del museo. Tuvimos suerte ya que encontramos una mesa en un lugar de gran movimiento. Parecía que la pasarela se hubiera desplazado a esa calle peatonal invadida por las terrazas. Carlos comentó que los hombres iban más arreglados y eran más guapos que sus parejas femeninas, con lo que nos entretuvimos durante la cena en corroborar o rechazar su teoría.
Terminada la cena caminamos por via Brera y via Verdi hasta desembocar en la Scala. Palacetes, tiendas de
especiales escaparates, lujo y poderío se sucedieron en esos tramos de calle.
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