Que no era un guerrero sin
educación lo prueban las obras arquitectónicas que promovió. La primera, el
castillo Sforzesco, la fortaleza situada al noroeste de la ciudad antigua.
Muros infranqueables y torres soberanas que fueron decoradas, entre otros, por
Leonardo. La eficacia no estaba en contradicción con el lujo y la hermosura.
Realmente, la construcción original correspondió a un Visconti, Galeazzo II,
quien en 1358 la inició con vistas a convertirse en residencia principal de la
familia. Fue a consecuencia de la destrucción causada por los seguidores de la
República Ambrosiana en 1447 cuando Francesco instó la reconstrucción.
Como gobernante fue moderado y
capaz, modernizó la ciudad y estableció un sistema de impuestos eficiente. Su
corte fue famosa por sus artistas. Restauró el palacio Real, frente al Duomo, y
construyó el Navigli d’Adda. Firmó la paz de Lodi con Cosme de Médicis, de
Florencia, y dio estabilidad al ducado durante varios años. Quizá por esas
habilidades se le nombraba varias veces en El
príncipe de Maquiavelo.
Que en su horizonte estaba el bien
de sus súbditos lo encontramos en la Ca’ Grande, más al sur, por Porta Romana,
donde Carlos y yo nos hospedamos años atrás. Fue en su momento el hospital más
avanzado. Actualmente era parte de la Universidad. Un paseo por su interior
revelaba el interés estético y el gusto renacentista.
La torre del reloj o torre del
Filarete, por el nombre de su arquitecto, marcaba el horizonte de la ciudad
antigua. Saliendo de la plaza del Duomo y por via Dante se apoderaba del fondo de la calle. Lo suficientemente
cerca o lo suficientemente alejado del poder espiritual. Al acercarse,
impresionaba. Cruzamos el foso y entramos en sus patios. El primero tenía un
carácter bastante militar pero los siguientes, a derecha e izquierda, el patio
Ducal y el de la Roqueta, eran palaciegos. El interior, convertido en museos,
también. Las ventanas geminadas serían impensables en una estructura defensiva
a ultranza. En sus salas trabajaron grandes artistas que conformaron una de las
cortes más lujosas y cultas de su tiempo. Leonardo, Bramante, Zenale o Butinone
fueron algunos de esos artistas de la corte.
No visitamos las colecciones,
que nos hubieran llevado una mañana completa y que incluían la última Piedad de Miguel Ángel, los tapices de
Trivulzio, obras de los principales pintores y artistas del renacimiento y el
barroco, piezas arqueológicas o la capilla Ducal. Y, al otro extremo, el parque
Sempione.
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