En una primera aproximación al
personaje de Francesco Sforza, nacido en Vigevano, me imaginé a un mercenario y
a un trepa. Pero esa visión sería simplista, injusta y desenfocada desde el
punto de vista histórico.
Lo de mercenario era por su
condición de condottieri, de señor de
las armas que se ponía al servicio de una tendencia o de un noble. Quizá el
término más adecuado sería el de caudillo, el de alguien que imponía las armas,
aunque estaba apoyado por el pueblo, deseoso de que reinara el orden en una
época, la del siglo XV en Italia, plagada de luchas y guerras. En esa dimensión
debía ser interpretada su posición. Francesco fue hijo natural de otro condottieri. La alternativa con las
armas la tomó muy joven de la mano de su padre.
Luchó para Filippo María
Visconti, aunque luego cayó en desgracia y fue rehabilitado tras la expedición
contra Lucca. En 1431 lideró los ejércitos de Milán contra Venecia y al año
siguiente se comprometió con Bianca María, la hija natural del último Visconti,
contra la voluntad del Duque. No fue hasta una década después cuando se
casaron.
Su matrimonio le catapultó hacia
el ducado de Milán. Los matrimonios por conveniencia o con fines políticos y
dinásticos no estaban mal vistos en la época. El bien común-según como se
quisiera definir-estaba por encima del amor y la pasión. Las amantes y los
hijos al margen del matrimonio tampoco estaban mal vistos, aunque situaban a
los mismos en una posición delicada.
Puso su espada al servicio del
Papado, de Florencia y de Venecia, a las que también combatió. Llegó a luchar
contra su hijo Francesco en la batalla de Montolmo de 1444. Cambiaba de bando
según sus intereses. En 1450, el hambre en Milán provocó disturbios callejeros
y el Senado de la República Ambrosiana le ofreció el ducado. Al año siguiente
fue ratificado por el emperador Federico III. Al final, su esposa heredó el
trono ducal aunque fuera como esposa del iniciador de la dinastía de los
Sforza. Una concesión quizá sin importancia.
0 comments:
Publicar un comentario