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Milán, Pavia y los lagos 23. Y otros placeres de las islas Borromeas.


 

La isla Madre perteneció a los Borromeo desde 1502. Era la otra gran atracción del lago. Inicialmente fue un lugar de cultivo con una casa sencilla. Fue San Carlos quien impulsó el palacio, más modesto que el de Isola Bella pero quizá más acogedor. Y, como en el palacio Borromeo, unos jardines espectaculares. El amor por las flores y los paraísos botánicos se repetía tanto en la isla Madre como en otras dependencias de la familia, como la Rocca d’Angera.



Paseamos por los jardines dejando vagar la mente.

El barco nos devolvió a la otra orilla. Tomamos el coche y condujimos por la carretera que bordeaba el lago. Atravesamos Stresa y sus hoteles de lujo. En el Gran Hotel de las Islas Borromeas se había hospedado Hemingway, quien situó una escena de su libro Adiós a las armas en el mismo. No parecía que hubiera demasiado movimiento en esta época del inicio del otoño.



Paramos en Arona. Contemplamos la fortaleza de la Rocca d’Angera al otro lado del lago. Fue fortaleza lombarda en el siglo VIII, la ampliaron los Visconti en el siglo XIII y en 1449 pasó a los Borromeo. Curioso: albergaba un museo de muñecas.

Arona era un pueblo agradable, como también lo eran sus gentes, amables y serviciales. Entramos en una pastelería y las dependientas nos atendieron con cariño. Desde la plaza nos internamos por sus callejuelas. Una estaba adornada por paraguas blancos y amarillos que colgaban sobre nuestras cabezas. Las tiendas estaban tranquilas. Cerca del lago observamos los restos de una muralla. Había que defenderse de los piratas que durante mucho tiempo campearon a sus anchas por estas tierras y estas aguas. Nadie lo diría.

Nos fuimos con nostalgia de aquel lugar.

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