Los jardines nos cautivaron
desde el primer momento. Se decía que era la perfecta geometría verde. La
combinación de parterres y terrazas con estatuas y plantas creaba un ambiente
bucólico y elegante. Eran acogedores, con rincones íntimos. Un lugar donde
perderse en busca de la tranquilidad y la inspiración. Los pavos blancos
paseaban por las avenidas ajenos a los visitantes.
Se escalonaban en varios
niveles. Este efecto se percibía más fácilmente desde las aguas del lago. En la
parte central, la más alta, se encontraba el teatro Massimo culminado por una
estructura que podía ser tanto un escenario como una espectacular fuente.
Estaba dominada por el unicornio, símbolo de la familia Borromeo. Nuevamente,
el contraste del blanco con el negro. Las estatuas le daban una mayor
teatralidad.
Al otro lado de aquella
estructura se abría una amplia extensión que era el más privilegiado mirador
sobre la mayor parte del lago. Acodados en la balaustrada contemplamos las
aguas, las montañas, los pueblos. La concentración de casas y hoteles de Stresa
quedaba al fondo. En la parte inferior, ocupando lo que fueron embarcaderos, el
hermoso jardín del Amor. A su derecha, un pabellón que había sido reconvertido
como tienda.
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