Para acceder a los jardines, que
era nuestra mayor curiosidad, había que hacerlo por el palacio. La visita
completa costaba 15 euros por persona. El precio alto podía ser un aviso de la
magnificencia del lugar. Realmente, era propio de un soberano. El despliegue de
lujo llegaba a ser exagerado.
Fueron Giulio Cesar III y Carlo
III quienes iniciaron la construcción del palacio, si bien fue Vitaliano VI
quien le dio su impulso definitivo en 1670. Tres siglos después aún se
realizaron obras que modificaron su configuración. En 1948, Vitaliano IX construyó
el salón Nuevo, la fachada norte y los muelles.
La escalera para acceder al piso
superior, que era por donde se iniciaba la visita, estaba adornada con unos
enormes escudos. Había que dejar constancia de la nobleza de la familia. En las
primeras salas la acumulación de cuadros en varios niveles llenando casi
completamente las paredes era un poco agobiante. Ese era el caso de la galería
Berthier. Era una pena porque las pinturas eran de una gran calidad y de
autores afamados. Se alternaban santos y escenas religiosas con retratos de
personajes o de miembros de la familia. El mobiliario era acorde con el lujo general.
Por supuesto, suelos magníficos y techos a juego.
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