Nos dirigimos hacia Stresa, una
de las localidades del lago que permitían el acceso a las islas. El trayecto
fue agradable y al acercarnos hacia los Alpes aparecieron en las montañas
hermosos pueblos y casas incrustadas en el verdor de las mismas. El tráfico era
muy intenso.
Desde el embarcadero se
divisaban fácilmente la Isole Bella con su palacio y jardines y la más modesta
isla de los Pescadores con su iglesia y un conjunto de casas y restaurantes.
Era un buen lugar para comer y dar un paseo. No tuvimos que esperar demasiado
hasta que salió el barco que nos condujo a Isole Bella. La contemplación de
esta isla desde las aguas del lago nos cautivó de forma inmediata.
No entramos directamente en el
palacio. Nos sentamos a la terraza del restaurante que daba al lago. El
restaurante era poco más que un merendero, pero ese emplazamiento mirando hacia
las montañas lo convertía en un lugar privilegiado. Pedimos unas cervezas y
unos paninos -el hambre apretaba- y
entre sorbos largos de cerveza alimentamos la espera contemplando la orilla que
se nos ofrecía a la vista.
El bosque quedaba interrumpido
por las villas, algunas sencillas, otras auténticas mansiones con una gran
elegancia. Había tres niveles, el inferior coincidiendo con la orilla, otro
intermedio con algunas construcciones soberbias, y otro más alto que se estructuraba
como una banda clara, quizá un pueblo. A esa hora bastante gente abandonaba la
isla. Éramos visitantes tardíos.
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