Diocleciano gobernó el Imperio
Romano entre el año 284 y el 305. Consciente de la decadencia del Imperio
estableció el peculiar sistema de la Tetrarquía. Dividió el Imperio en dos
partes, Oriente y Occidente, y estableció la capital del Occidental en Milán.
En cada parte había un emperador y un emperador suplente. Pero los tetrarcas
lucharon entre ellos y el sistema no terminó de consolidarse. Las fronteras
eran un polvorín.
Constantino reunió el poder en
el año 312, tras vencer a Licinio. Un año después, en el 313, promulgó el
Edicto de Tolerancia, el conocido como Edicto de Milán. La Iglesia dejó de ser
perseguida y aprovechó la oportunidad para extenderse por el Mediterráneo. Ganó
la partida con Teodosio, que en el año 391 convirtió el cristianismo en
religión oficial. Se inauguraba un largo período de cesaropapismo en que el
poder temporal y el espiritual caminaron juntos. Desde entonces, el
cristianismo invadirá el arte y las ideas.
A la caída del último emperador,
Rómulo Augústulo, en el 476, Italia y Milán pasaron a manos de los ostrogodos y
a Bizancio y a partir del 568 a los lombardos. Desde el 774 fueron regidos por
Carlomagno.
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