Durante el tiempo en que
Ludovico fue duque de Milán, de 1494 a 1500, trabajó Leonardo en La última cena, en concreto, entre 1495
y 1497. La invasión francesa provocó que abandonara Milán, a la que regresaría
años más tarde. Cuentan que las tropas de Napoleón utilizaron el refectorio
como establo y que hicieron prácticas de tiro con La última cena. Los bombardeos de los Aliados destruyeron parte del
refectorio pero los frescos se salvaron. Lástima que estuvieran afectados desde
su origen.
Como experimentador e innovador,
decidió ejecutar la obra con una técnica nueva. Leonardo abandonó la técnica
tradicional del buon fresco,
aplicando la pintura sobre el yeso húmedo, decantándose por hacerlo
directamente sobre yeso semiseco. El error quedó patente desde el principio.
Los pigmentos no penetraron y la obra empezó a sufrir, a desvanecerse. Sin
embargo, no ha dejado de cautivar durante siglos. Durante dos décadas, a
finales del siglo XX, fue objeto de una restauración que la revitalizó para
nosotros.
En los últimos años cobró una
inusitada actualidad con el Código Da Vinci. La representación de María
Magdalena, el único personaje sin barba, causó un gran revuelo. Sin embargo, era
una representación bastante habitual en la época. Recuerdo haberla estudiado en
el colegio como ejemplo de composición de los personajes organizados en grupos
de tres. Y ese sfumatto propio de
Leonardo reina en toda la obra, el tratamiento de la luz y la perspectiva.
Quizá la obra ha eclipsado a la
iglesia y al convento. Dedícales un buen rato de tu visita.
No pierdo la esperanza de
contemplarlo cara a cara algún día.
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