Al servicio de Ludovico diseñó
armas, organizó fantásticos espectáculos para las fiestas de la corte o
participó en la elaboración de proyectos de ingeniería y arquitectura. En
aquella exposición contemplé con placer los prototipos que se habían realizado
en base a sus cuadernos de un carro blindado que era como una tortuga gigante,
de sus paracaídas, de los antecedentes de planeadores, helicópteros o
aeroplanos, objetos destinados a mejoras hidráulicas, instrumentos de música y
óptica, sus estudios de anatomía o botánica, herramientas que siglos después se
hicieron realidad, y un sinfín de ingenios que admiraban a los visitantes, yo
entre ellos.
Para evitar que sus ideas fueran
utilizadas por terceros de forma ilegítima, tomó ciertas precauciones. Leonardo
era zurdo y escribía de derecha a izquierda. Su caligrafía era tremenda, otro
obstáculo que debían vencer los espías. Quizá la mejor prevención fue la
introducción en los diseños de pequeños fallos que hacían inservibles los
objetos al ser ejecutados conforme a estas instrucciones. En la actualidad se
ha demostrado que esos errores eran voluntarios y defensivos.
Nuestro artista y genio fue
sometido a juicio por sodomía y recibió una condena leve. Ello le llevó a ser
muy precavido con su vida privada y ocultar su homosexualidad. Por eso,
determinados pasajes de su vida son oscuros y poco documentados.
Uno de los códices de Leonardo
se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid. Quizá sus manuscritos fueron
traídos a España por el escultor Pompeo Leoni en el siglo XVI y,
posteriormente, se incorporaron a la Biblioteca Real, de donde desaparecieron de
forma temporal hasta volver a ver la luz en 1965.
La vinculación de Leonardo con
España se prolonga a través de dos de sus discípulos españoles, Fernando Llanos
y Fernando Yáñez, con los que se especula como autores de la Mona Lisa
de El Prado, que tanta expectación despertó hace pocos años.
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