Fui siguiendo las luces y me
topé nuevamente con el Teatro Nacional que desprendía un halo mágico acompañado
de las luces de la fuente que ocupaba el centro de la plaza. Sin duda, estaba
más atractivo que con la luz natural. El jardín estaba animado, aunque también
había gente durmiendo en los bancos lo que provocaba una impresión desoladora.
La zona que me había dejado
indiferente por la tarde ahora me cautivaba con su luz, sus restaurantes
decididamente atractivos y transmitiendo vitalidad. La iluminación era tenue. La
aportaban los locales, los restaurantes que la arrojaban a la calle y que
identificaban pequeños rincones, patios, esquinas. Cualquier lugar era bueno
para marcar una esperanza de diversión.
Mientras paseaba tenía la
sensación de que esta era la zona que había estado buscando en los días
anteriores y que no había encontrado. Vitosha era más popular y más fácil de
localizar. Este barrio a la izquierda de aquella avenida, si vas hacia el sur, era
más sofisticado, con más glamour. Me gustaba más.
Cuando pensé que me había
perdido apareció nuevamente la avenida Vitosha, más relajada, en regresión al
ser cerca de las 11 de la noche.
Callejeé hacia el hotel por
calles que para otro hubieran sido peligrosas y caí en la cama como un cesto.
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