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Un paseo por Sofía y Plovdiv 97. Una actuación policial al atardecer.

 


La ducha, los estiramientos y una hora tumbado en la cama para relajarme rehabilitaron mis ganas de salir.

A pocos metros del hotel contemplé una impactante escena policial. En la calle donde me hospedaba escuché el sonido de una sirena. Los gritos de los que estaban en la esquina y su huida fulgurante no auguraban nada bueno. Salieron dos policías, mandaron a dos chavales tirarse al suelo e impusieron su autoridad a gritos. La violencia se mascaba. Los chavales estaban atemorizados. Regresé por donde había venido y tomé otra ruta no fuera a ser premiado con la diligencia mal entendida de las fuerzas de seguridad.

Durante estos días había comprobado que las calles eran seguras. Quizá el temor a la reacción de la policía, que probablemente era temida como en tiempos de la dictadura comunista, provocaba un efecto disuasorio a los delincuentes. No se detectaban delitos con violencia. Seguro que había carteristas. En mis lecturas en las semanas posteriores confirmé que el gobierno llevaba tiempo trabajando para erradicar la delincuencia dominada por las mafias y la de medio pelo que tanto asusta al ciudadano de a pie.

Mi intención era cambiar de itinerario y no volver directamente a Vitosha. A la altura de la mezquita giré hacia la izquierda, hacia los antiguos baños reconvertidos en museo, y dejé que fuera mi intuición la que me dirigiera: un acierto. La zona estaba animada, justo lo que buscaba como viajero solitario a la caída de la tarde.

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