No pude resistirme a prolongar
mi homenaje a Vazov con una visita al Teatro Nacional, que llevaba su nombre.
El entorno era relajado y esa relajación se trasladó a mis piernas y mi ánimo. La
fuente ayudó a que no terminara de deshidratarme, cosas de la mente, sin duda. Aún
era pronto y el sol lanzaba un llamamiento para que no desistiera en mis exploraciones
urbanas. Algún espíritu benefactor movía mis piernas. Sin ningún remordimiento
me hubiera entregado a los placeres de alguna de las terrazas que me atraían
con sus cantos de sirena.
Me abrazó una zona de calles
cuidadas, limpias, silenciosas, sin apenas gente, local o foránea. Era zona de
ministerios: Interior, Justicia, Finanzas, Defensa. Los edificios eran
correctos, aunque sin un atractivo especial.
Mis pasos me llevaron hasta
Santa Sofía, que había quedado pendiente cuando visité la catedral de Alexander
Nevski. Era un buen ejemplo de iglesia paleocristiana (era del siglo VI, sobre
otras estructuras anteriores del siglo IV). La fachada, de ladrillo visto, no
me convencía mucho. El interior continuaba con esa misma tendencia de desnudez.
En el siglo XVI se convirtió en mezquita y los frescos que cubrían muros,
bóvedas y cúpulas habían desaparecido. Los minaretes que le adosaron perecieron
como consecuencia de un terremoto. Estaba claro que el lugar había sufrido
muchos avatares.
En ese momento tuve la impresión
de que me había equivocado y que aquella iglesia no tenía interés alguno.
Además, el acceso a la zona arqueológica por la parte derecha estaba cerrado y
un cartel confirmaba que no estaba abierto los lunes. Me resigné y recorrí su
perímetro. En la parte izquierda, milagro, estaba abierta. Entré y una señora
me espetó de malas maneras que había que pagar, que era un museo. La cancerbera
seguía esa fea tendencia de algunos vigilantes de gritar a los sinceros
visitantes que, menos mal no entendían de las groserías de campeonato que
salían de sus bocas. Pagué los 6 leva y entré, no muy convencido.
La zona fue una enorme
necrópolis desde el siglo IV d.C. Las tumbas más antiguas eran abovedadas, de
ladrillo. Las había de otras formas y estilos, según las épocas. Sobre ese
cementerio se construyó la iglesia. Un vídeo detallaba todos los avatares de
las prospecciones arqueológicas, de los descubrimientos de tumbas, reliquias,
mosaicos y frescos.
Lo más interesante eran los
mosaicos, muy bien conservados. Avanzando por las pasarelas me sentí un poco
Indiana Jones, sin ánimo de hurtar nada, dios me libre. Me entretuve bastante.
Me sedujo aquel trazado misterioso.
Recompensé mi esfuerzo con un te
frío mientras actualizaba mis notas. El camino de regreso al hotel fue plácido.
Hasta dejaron de molestarme los pies.
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