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Un paseo por Sofía y Plovdiv 96. Santa Sofía.


 

No pude resistirme a prolongar mi homenaje a Vazov con una visita al Teatro Nacional, que llevaba su nombre. El entorno era relajado y esa relajación se trasladó a mis piernas y mi ánimo. La fuente ayudó a que no terminara de deshidratarme, cosas de la mente, sin duda. Aún era pronto y el sol lanzaba un llamamiento para que no desistiera en mis exploraciones urbanas. Algún espíritu benefactor movía mis piernas. Sin ningún remordimiento me hubiera entregado a los placeres de alguna de las terrazas que me atraían con sus cantos de sirena.

Me abrazó una zona de calles cuidadas, limpias, silenciosas, sin apenas gente, local o foránea. Era zona de ministerios: Interior, Justicia, Finanzas, Defensa. Los edificios eran correctos, aunque sin un atractivo especial.



Mis pasos me llevaron hasta Santa Sofía, que había quedado pendiente cuando visité la catedral de Alexander Nevski. Era un buen ejemplo de iglesia paleocristiana (era del siglo VI, sobre otras estructuras anteriores del siglo IV). La fachada, de ladrillo visto, no me convencía mucho. El interior continuaba con esa misma tendencia de desnudez. En el siglo XVI se convirtió en mezquita y los frescos que cubrían muros, bóvedas y cúpulas habían desaparecido. Los minaretes que le adosaron perecieron como consecuencia de un terremoto. Estaba claro que el lugar había sufrido muchos avatares.

En ese momento tuve la impresión de que me había equivocado y que aquella iglesia no tenía interés alguno. Además, el acceso a la zona arqueológica por la parte derecha estaba cerrado y un cartel confirmaba que no estaba abierto los lunes. Me resigné y recorrí su perímetro. En la parte izquierda, milagro, estaba abierta. Entré y una señora me espetó de malas maneras que había que pagar, que era un museo. La cancerbera seguía esa fea tendencia de algunos vigilantes de gritar a los sinceros visitantes que, menos mal no entendían de las groserías de campeonato que salían de sus bocas. Pagué los 6 leva y entré, no muy convencido.



La zona fue una enorme necrópolis desde el siglo IV d.C. Las tumbas más antiguas eran abovedadas, de ladrillo. Las había de otras formas y estilos, según las épocas. Sobre ese cementerio se construyó la iglesia. Un vídeo detallaba todos los avatares de las prospecciones arqueológicas, de los descubrimientos de tumbas, reliquias, mosaicos y frescos.



Lo más interesante eran los mosaicos, muy bien conservados. Avanzando por las pasarelas me sentí un poco Indiana Jones, sin ánimo de hurtar nada, dios me libre. Me entretuve bastante. Me sedujo aquel trazado misterioso.

Recompensé mi esfuerzo con un te frío mientras actualizaba mis notas. El camino de regreso al hotel fue plácido. Hasta dejaron de molestarme los pies.

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