Me situé frente al enorme
edificio neoclásico de la Galería Nacional Plaza 500. Antiguamente fue la
Imprenta Estatal (u Oficina Real de Imprenta), que quedó dañada por los
bombardeos aliados de 1944. En ese momento fui consciente de que no podría
abarcar todo su contenido. No me preocupaba: creía que sería un aburrido museo
para rellenar mis últimas horas en Sofía. Carecía de conocimientos previos
sobre la pintura y las tendencias búlgaras por lo que mi asimilación sería
limitada. Algo parecido a lo vivido la tarde anterior en las salas del Palacio
Real.
Las tres primeras salas estaban
dedicadas a pintores de los siglos XIX y XX. Me encantó el autorretrato de
Zahari Zograph en un estilo que, lógicamente, no tenía nada que ver con sus
frescos e iconos. Su vestimenta era tradicional y su porte desprendía el éxito
alcanzado. A su lado, su esposa y, un poco más allá, un clérigo de Rila. Me
llamó la atención un retrato de Skanderbeg, el gran héroe albanés.
Nikolay Pavlovich, Iván
Dimitrov, Iván Mrhvicka y Antón Mitov (que también pintó al anterior artista) me
recordaron algunos de los pintores que había degustado en la Galería Nacional.
Abundaban los retratos, imágenes costumbristas, paisajes, algunos pasajes
históricos y escenas crudas de guerra. Ayudaban a sumergirse en la realidad
cotidiana e histórica del pasado búlgaro.
En el atrio contemplé sus
esculturas modernas y la conjunción del edificio clásico y decimonónico, algo
pretencioso, con el moderno de cristal.
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