Designed by VeeThemes.com | Rediseñando x Gestquest

Un paseo por Sofía y Plovdiv 114. Un viaje casi imposible.

 


Siempre que asoma el final de un viaje he sentido que lo mejor sería que después del desayuno, a buena hora, sin grandes madrugones, claro, chascara los dedos y apareciera en casa. No soy de despedidas largas y sentimentales y esta vez no había nadie para decirme adiós en el aeropuerto, en el hotel o en mi última parada en la ciudad. Tatiana se había despedido de mí la noche anterior.

Menos mal que el viajero piensa, pero son las aerolíneas las que dictan cuándo se va el pasajero y en esta ocasión había sido agraciado con una mañana adicional, un extra fruto de los caprichos de quien diseñara los horarios. Digamos que era una compensación por la tarde y la noche perdidos en la jornada de mi inicio del viaje.

La puesta en escena era magnífica y el sol era esplendoroso. Buen trabajo de planificación de quien estuviera al mando de la meteorología ya fuera un científico, un dios tracio, un santo ortodoxo o católico o vaya usted a saber qué juegos de conjunciones climatológicas. Me conformé con disfrutar del buen resultado que hacía honor a aquella leyenda búlgara que achacaba a la impuntualidad de estas gentes que Dios se apiadara de ellos en el reparto del mundo y les asignara un trozo de paraíso.

Al levantarme a las siete y media de la mañana me sentía recuperado. Me afeité, me duché, hice la maleta y bajé a desayunar. Los del desayuno y el de recepción me saludaron con una amplia sonrisa. No sabía si interpretarlo como “por fin se pira este tío” o un más profesional con sentido del servicio “gracias por haber sido nuestro cliente”. Dejé la maleta en consigna y el siguiente saludo fue el chirrido del tranvía al parar frente al hotel. Cada uno tiene sus formas de manifestar su tristeza y yo las respetaba todas.

0 comments:

Publicar un comentario