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Un paseo por Sofía y Plovdiv 113. La última noche en Sofía.


 

La tarde había apaciguado el calor y las penumbras ayudaban a pasear sin pesadumbre. La ciudad volvía a despertar para acariciar el final del día.

Me senté en una terraza en Ploshtad Nezavisimost, cerca de la Presidencia y con la mirada orientada hacia la Casa del Partido. Estaba en la zona más animada, donde calentaba motores la juventud ávida por gozar desenfrenadamente. Acompañaba mi divagar una música techno asumible, montones de chicas jóvenes y guapas, tráfico reducido y una buena cerveza. Saqué mi libreta y escribí un rato.



Pasé ante el Arqueológico y la terraza de la noche anterior, el Palacio Real y el jardín de la Ciudad repleto de gente en los bancos. Me senté en la terraza del Gran Hotel y pedí un vino blanco y un sándwich club con el que podrían haber comido fácilmente dos personas. Los niños correteaban en la zona infantil aportando su alegría al ambiente nocturno, los turistas nos relajábamos en la terraza después de haberlo entregado todo al servicio de la cultura de la ciudad. Los jóvenes hacían lo que podían para divertirse.



Era mi última noche en Sofía, una ciudad que me había capturado para su causa. Había disfrutado mucho explorando sus calles, viviendo la noche de forma moderada, empapándome de su historia y su cultura. Había generado en mí un fuerte deseo de regresar al país y ampliar mis horizontes por el interior, por las zonas menos asequibles, más auténticas. Marqué la primavera siguiente como objetivo. Habrá que esperar un poco más.



Mi último paseo nocturno fue bastante plácido. Me orienté por la luz de los locales, me asomé a alguno de ellos. Me hubiera tomado una copa, pero me venció el cansancio. Prolongué mis pasos y me condujeron, cómo no, a Vitosha, siempre fiel punto de orientación. Caminé sin prisa hacia el hotel.

Mi cuerpo notaba el sentimiento de regreso.

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