Pasé por las salas, observé retratos y paisajes. Me llamó especialmente la atención una amplia sala que estimé había sido construida para los grandes bailes. Su ciclo de pinturas de guerra había sido encargado por el príncipe Alejandro de Battenberg al pintor Antoni Piotrovski. Cuando el príncipe abdicó, su sucesor mantuvo el encargo y respetó el calendario de pagos pactado. Los dirigentes manifestaron siempre un gran interés por reflejar esa historia militar. Ese deseo fue continuado por otros artistas, como Tadeusz Ajankiewicz y Jaroslav Vesin. A este último corresponde el ciclo de las Guerras Balcánicas.
Leyendo aquellos estupendos paneles explicativos fui consciente de la importancia que tuvo la Exposición de Plovdiv de 1892, celebrada en el actual jardín del zar Simeón, a la que hice referencia al escribir sobre esta ciudad. Fue el gran espaldarazo a la proyección internacional de Bulgaria. Supuso un hito histórico importante. El país se reivindicaba ante el mundo, lo que obligó a aunar esfuerzos de todas las instancias, públicas y privadas. El arte, la cultura y la economía mostraban sus mejores galas.
La otra gran herramienta de fomento de la cultura fueron las exhibiciones de arte. Nuevamente, contaron con el patrocinio del rey y del Estado. Ayudaron a dar a conocer a los nuevos artistas búlgaros. Aquellas colecciones acumuladas por la realeza y la aristocracia se exhibían en éste y en otros museos.
Estaba muy cansado y me fui directamente al hotel a descansar y tomar una ducha.
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