De la mano del primer ministro
Stefan Stombolov, el Bismarck búlgaro, el país progresó dando lugar a lo que
fue llamado el milagro de los Balcanes. Las reformas implantadas fueron eficaces
y cristalizaron en un importante desarrollo económico. Desgraciadamente, las
desastrosas campañas militares de la Segunda Guerra Balcánica, contra Serbia y Grecia,
sus aliados en la Primera Guerra Balcánica, y de la Primera Guerra Mundial,
causaron un retroceso en la moral y en la economía búlgaras de importantes
consecuencias. También se resintió la demografía. El deseo de reconstruir la Gran
Bulgaria que había frustrado el Congreso de Berlín en el último tercio del
siglo XIX fue la causa de aquellas desafortunadas decisiones bélicas.
Las iniciativas progresistas
fueron promovidas por los intelectuales de la época. Al carecer de una sólida
clase media, el impulso principal corrió por parte del Estado y de la monarquía.
Becaron estudiantes para estudiar en el extranjero, atrajeron talento foráneo,
crearon la Escuela Nacional de Pintura y otros museos e instituciones
científicas y culturales que han llegado hasta nuestros días.
Fernando I (príncipe desde 1887
a 1908) declaró la independencia definitiva el 7 de octubre de 1908 y se
convirtió en el primer zar. Fernando, nacido en Viena en el seno de la dinastía
Sajonia-Coburgo-Gotha, era un hombre bien formado, hablaba varios idiomas y
aprendió el búlgaro rápidamente. Conocía bien la escena política europea. Desde
su ascenso, supo que el país no progresaría sin un impulso definitivo a la
educación y la cultura, a las que dedicó grandes esfuerzos y recursos, tanto
del Estado como personales. Adquirió muchas obras de pintores búlgaros que se
exhibían en aquella exposición. Bajo sus auspicios, Bulgaria cobró protagonismo
en la escena internacional. El país mejoraba el nivel de vida de sus súbditos. Las
guerras le privaron de un mayor reconocimiento, lo que le obligó a abdicar en
1918.
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