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Un paseo por Sofía y Plovdiv 104. Iniciando el descenso.

 


El viajero era ajeno al desaliento y como no tenía que discutir con nadie que le echara la bronca por la mala planificación, se volvió a sonreír, cambió el objetivo de la cámara y se dio cuenta de que ese paraíso primitivo era una delicia. A nadie perjudicaba salvo, quizá, a sí mismo. Y a él le daba igual todo, pues de esta forma tendría experiencias que poder contar al regreso.



El conductor pasó de volver a cobrarme. Pensé que era mucho más majo de lo que había vaticinado al principio. Si supiera su nombre le incluiría en el apartado de agradecimientos.

En el descenso fui como un crío inexperto al que le impresionara todo. Seguro que si alguien me hubiera visto en ese momento (en la primera fila, cerca del conductor, por si acaso) hubiera alucinado con mi rostro de satisfacción. Acechaba el paisaje, tomaba fotos que no valían absolutamente para nada, cambié al video y me relajé disfrutando sin el apoyo de la tecnología.

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