Tomé el metro en el puente de
los Leones (Luvov Most), línea 2, en dirección sur hasta la parada final,
Vitosha. Me había acostumbrado a este medio de transporte que me ponía en
contacto con la ciudadanía, con el pueblo que llenaba los vagones, aunque sin
apreturas. Me alegró comprobar que por megafonía cantaban el nombre de las
estaciones en inglés. Los turistas que viajábamos en metro agradecíamos ese detalle.
No obstante, no había que bajar la guardia y había que estar atento.
A la salida me esperaba un
enorme y vanguardista centro comercial. El barrio era moderno, un desarrollo
que evidenciaba la evolución urbanística de Sofía y del país. A pocos pasos
estaba la parada del autobús 66, que tomaba mucha gente para subir a la montaña
y entregarse con pasión a suculentas rutas de senderismo de variados niveles y
buena señalización. Vitosha era un destino popular con una oferta de recreo muy
diversa y para todos los públicos. Mejor no adentrarse en ella en los fines de
semana, según advertía la guía.
Cruzamos la misma carretera del
día anterior. En las primeras cuestas, donde nacía la montaña, estaban
construyendo bastantes edificios que competirían con las villas tradicionales,
como en la zona de Boyana o del Museo Nacional de Historia. Las obras en las
calles obligaron al conductor a dar varios rodeos y a poner a prueba toda su
pericia al volante, como si fuera el bautizo de fuego para obtener la maestría
en conducción. No parecía que fuera para él un suplicio. No llegábamos a
niveles de videojuego. Sufríamos más nosotros. Se lo tomó con calma y cuando el
motor amagaba con pararse en las tremendas rampas, siempre sacaba recursos para
continuar.
0 comments:
Publicar un comentario