Mucha gente opina que Milán no
merece la pena. Habiendo lugares en Italia como Roma, Florencia o Venecia,
¿para qué ir a Milán?
La mayoría de los que opinan así
no han estado en la ciudad o han realizado una parada rápida de un par de
horas, lo que les ha permitido visitar la catedral, atravesar la galería de Vittorio
Emanuele y asomarse al Teatro de la Scala. Interesante, sí, pero no gran cosa.
Esos pobres datos, acumulados con las mismas impresiones de otros turistas, llevan
a esa injusticia. Milán ofrece muchos atractivos para el que quiera
disfrutarlos y esté dispuesto a dedicarle el tiempo adecuado.
Una buena opción es empezar por elegir
a los compañeros de viaje más adecuados: mi troika más famosa. Mi hermana
Amparo, mi cuñado José Luis y mi sobrino Carlos desembocamos en la plaza del
Duomo la primera noche en busca de un lugar para cenar. Era viernes y estaba
atestada de gente y de animación. Era el gran corazón palpitante de la ciudad.
A casi cualquier hora-no puedo confirmarlo después de la medianoche- pululan por
allí viajeros y curiosos que admiran la fachada de la Catedral y la
grandiosidad de la plaza. Desde la terraza del museo del Novecento la vista es
impresionante, en alto, controlando los paseos sin rumbo de esos visitantes
temporales que son los turistas y que se mezclan con los residentes, que
prestan poco interés por los lugares ante los que transitan todos los días.
Algunos opinarán que hay demasiado jaleo.
Milán no es una ciudad
masificada. Sus lugares más populares están animados pero nada que ver con las
inmensas colas de otros de Italia que pueden morir de éxito. A finales de
septiembre es un buen momento para disfrutar sin apreturas. En agosto, en el ferragosto, los locales deciden
marcharse a las montañas y a la playa y dejar que los turistas se asfixien a su
gusto en la ciudad. En agosto, se pierde la visión de la urbe en su sano
juicio, en temporada de trabajo, normalizada. Porque, como se dice, mientras
Roma se divierte, Milán trabaja.
0 comments:
Publicar un comentario