Al entrar a la casa me recibió
una diligente joven que fue consciente inmediatamente de que no me enteraría de
nada con los carteles en búlgaro. Su cariñosa ayuda fue esencial para
introducirme en la figura de Vasov y hacerme pasar una estupenda experiencia.
Me dio una hoja con unas explicaciones en inglés y me acompañó hasta las
vitrinas donde exponían fotografías, cartas, primeras ediciones y objetos
personales del autor. Con ella, el inconveniente idiomático se difuminó y nos
entendimos, ella, la casa, su insigne dueño y yo. No hay nada como poner cara
de cordero degollado y despistado para despertar el carácter protector de los
sacrificados voluntarios.
Pasé por el comedor, con la mesa
puesta y varios retratos, la habitación de su madre, que fue su gran valedora
frente a su padre para que se dedicara a la literatura, su dormitorio con
algunos de sus caros ropajes y su estudio. Otra sala era dedicada a recibir a
los distintos personajes que se acercaban a visitarle. La chica me señaló las
estufas de cerámica, algo poco habitual en ese tipo de viviendas en aquella
época.
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