La zona por la que continuaron
mis pasos era desigual, con buenas tiendas y edificios modernistas de un pasado
esplendor que se alternaban con otros edificios que bien hubieran merecido el
uso de la piqueta.
La Casa Roja quedaba un poco más
hacia el sudeste. Era la excusa perfecta para recorrer esas calles. Era fácil
orientarse. Para mi decepción, también estaba cerrada, aunque en el interior se
divisaba una luz. Según la guía, era “un centro cultural independiente dedicado
al arte, el teatro y la danza contemporáneos”. Desconozco si no había actividad
por ser lunes o por ser verano. Ocupaba la casa de Andrey Nikolov, un artista
que pasó la mayor parte de su vida en Roma.
En esta parte del barrio las
pintadas se habían apropiado de los muros y las fachadas daban un poco de pena.
Daban sensación de dejadez y abandono. Una pena ya que las casas con patio de
gusto burgués, palacetes con jardín que seguro habitaron gentes de buen poder
adquisitivo, imploraban algo de cariño. La bonanza económica del pasado se
tradujo en estos edificios.
La zona agrupaba varios teatros.
Hubiera sido un reto imposible asistir a una representación.
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