La casa donde vivió en sus
últimos años Peyu Totev Kracholov (1878-1914), que ese era el verdadero nombre
de Yaborov, fue testigo de su tragedia. Aquel lunes estaba cerrada. Regresé al
día siguiente tras mi excursión a Dragalitsa y volví a encontrar la puerta
cerrada, aunque con un cartelito en búlgaro en que únicamente pude comprender 14,30.
Deduje que a esa hora regresaría el empleado. Me fui a tomar un café en un bar
cercano y regresé puntual, algo que no puedo decir del encargado de cuidar el
museo.
Mientras esperaba, entré en el
jardín que rodeaba la hermosa casa que fue el último hogar de la infortunada
pareja, Peyu y su esposa Lora, entre 1912 y 1913. Me atrajo la estatua del
poeta simbolista cuya vida y obra estarían también vinculados con el activismo
revolucionario. Estaba representado cabizbajo, como cavilando sobre su destino.
Me sorprendió un detalle: dos flores frescas descansaban sobre su regazo.
Imaginé a alguna pertinaz admiradora aun enamorada del escritor que se negaba a
aceptar su marcha al otro mundo. Quizá era el espíritu de su gran amor no correspondido,
Mina Teodorova, que murió a los 20 años de tuberculosis causando una fuerte
depresión a nuestro autor. La familia de Mina no vio con buenos ojos la
relación con el escritor y activista.
Me acerqué a los paneles en
donde reflejaban la correspondencia entre el escritor y su amada esposa: Lora
Karavelova, la hija del insigne político Petko Karavelov. Sus retratos me observaban
casi inquisitivamente, como si quisieran alejarme de su tragedia. Las cartas
estaban cargadas de pasión y desprendían aromas de drama.
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