Vasil Levski (que realmente se
llamaba Vasil Ivanov Kunchev, que recibió el apodo de Levski, que significa
“como un león), el gran héroe nacional, miraba más allá de la liberación y
propugnaba una república en que imperara la igualdad étnica y religiosa. El
pueblo búlgaro luchaba contra el gobierno del sultán de Estambul, no contra el
pueblo turco. La independencia era la llave para un mundo más justo y de
progreso. Esas ideas nos las ofrece, nuevamente, Iván Vasov en su libro:
-Vosotros
me decís que es necesario que se emprenda la lucha -continuó Kandov- porque esa
lucha tiene como fin la libertad. ¿Libertad? ¿Qué es eso de la libertad? Tener
de nuevo un príncipe, lo que quiere decir un pequeño sultán, funcionarios que
nos roban, mujeres y popes que engordan a nuestras espaldas y un ejército que
se bebe todos los jugos vitales del pueblo. ¿Es eso nuestra libertad? Por ella
no sacrifico ni una gota de sangre de mi meñique.
-Pero,
oiga, señor Kandov -contestaba Nedkovich-. Sus principios los respeto yo
también, pero no tienen nada que hacer aquí, lo que necesitamos ante todo es la
libertad política, esto es, que seamos nosotros mismos dueños de nuestra tierra
y de nuestro destino.
Kandov hizo
un ademán negativo con la cabeza.
-Pero
usted hace poco me ha hablado de manera distinta. Queréis nombrar nuevos dueños
para reemplazar a los antiguos. No os gusta el Cheij Ul-Islam y elegís a otro
que tiene el nombre de Exarca. Sustituís a los tiranos por déspotas. Imponéis
al pueblo sus jefes y aniquiláis toda idea de igualdad, consagráis el derecho
de la explotación del débil por el más fuerte, del trabajo por el capital. Dad a
vuestra lucha un fin más moderno, más humano; convertirla no solo en una lucha
contra la dominación turca, sino en el triunfo de los principios actuales, lo
que quiere decir la destrucción de ese orden estúpido, mantenido por prejuicios
seculares como es el trono, la religión, el derecho, la propiedad y la fuerza
que el salvajismo humano ha elevado a categoría de principios intangibles. Leed
a Herzen, a Bakunin, a Lassalle… Dejad este patriotismo y levantar la bandera
de la humanidad consciente actual, y de la ciencia… Entonces estaría con
vosotros.
Ognianov, el héroe de la novela,
es consciente de la dificultad de explicar esas ideas al pueblo llano y da
preferencia absoluta a la liberación:
-Las
ideas que ha expuesto -reaccionó vivamente Ognianov- prueban solamente su
abundante lectura, pero demuestran de manera muy elocuente su completa
ignorancia de las cuestiones búlgaras. Bajo esa bandera se encontraría usted
solo; el pueblo no podría comprenderle. Observe usted, señor Kandov, que
debemos colocar ante él un fin sensato y posible: la destrucción del yugo
turco. Nosotros vemos por ahora solamente un enemigo: los turcos, y nos
levantamos contra ellos. En lo que se refiere a sus principios, con los que
usted nos ha obsequiado, no son para nuestro estómago. El buen sentido búlgaro
los rechaza y ni ahora ni en cualquier otro momento, podrían encontrar terreno
propicio en Bulgaria. Sus detonantes principios de “la humanidad consciente,
actual y de la ciencia” solamente oscurecen el asunto. La cuestión aquí es
conservar nuestro hogar, nuestro honor, nuestra vida, contra cualquier sarnoso guardia
turco. Antes de examinar cuestiones generales de Humanidad, o mejor dicho,
teorías nebulosas, debemos liberarnos de las cadenas. Aquellos cuyas teorías
usted lee, ni piensan ni saben nada sobre nosotros y nuestros sufrimientos. Nosotros
no podemos sino apoyarnos en el pueblo y en ese pueblo incluimos a los chorbayís,
y al clero: son fuerzas y nosotros las utilizaremos. Aniquila al guardia turco,
así el pueblo realizará su ideal. Si usted tiene algún otro ideal, no será el
del pueblo búlgaro…
Levski fue capturado en 1873 y
ejecutado convirtiéndose en mártir por la patria y símbolo incuestionable de la
lucha contra los turcos.
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