La mañana no abría. Ese sol
juvenil y fogoso que me había acompañado en jornadas anteriores se había
refugiado tras las nubes grises que amenazaban lluvia. Sus sombras se posaban
en el verdor ondulado de la montaña para descansar en un viaje hacia otras
tierras. El antiguo palacio del Partido Comunista se agazapaba al otro lado de
la carretera tras los árboles. Había optado por el aislamiento.
Crucé y me acerqué a una garita.
Se abrió una ventanilla como si un chip la hubiera activado. Me invitaron a
comprar el ticket: 12 leva. Desde la valla hasta el edificio de
tendencia horizontal había un buen trecho. En los dos caminos laterales acumulaban
capiteles, fragmentos de frisos, columnas y otros objetos del pasado romano. En
lo alto de la montaña, que servía de espectacular fondo, divisé una torre de
comunicación y un edificio incrustado en la naturaleza.
La fachada principal me pareció
bastante fea, de estilo soviético, de líneas puras y ningún deseo de agradar. Aquí
se reunía la plana mayor del Partido para sus retiros. Alejados de la capital, aunque
lo suficientemente cerca para un regreso rápido (o una huida) si lo exigían las
circunstancias.
Me invitaron a dejar la mochila,
lo cual fue un alivio, y topé con el vestuario y atrezzo utilizado en las
producciones cinematográficas búlgaras. Muchas de ellas eran de carácter histórico
y exaltaban el pasado glorioso del país. Hubiera podido disfrazarme de héroe
medieval o guerrero atemporal pero no me atreví a pedirle a la cuidadora que me
hiciera unas fotos en actitud belicosa. El ambiente era un poco soso para esas
expansiones del espíritu.
Un poco más hacia el interior
del edificio mostraban las donaciones realizadas por personajes ilustres: relieves
romanos, restos varios, iconos, fragmentos de madera maravillosamente decorados
con escenas religiosas, puertas sagradas, estelas con personajes anónimos. Quizá
todo ese material esperaba a quien pudiera clasificarlo, estudiarlo e
integrarlo en la sección histórica correspondiente.
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