Quien piense que un viaje en
transporte público es aburrido está radicalmente equivocado. Por 2 leva es
un escaparate privilegiado para conocer mejor al pueblo soberano que no puede
permitirse un coche. Esa experiencia se inició con una señora con aspecto de
campesina reciclada que se sentó a mi lado y me mostró un papel con unos datos
en cirílico. Por supuesto, solo hablaba búlgaro. Muy desesperada debía andar la
pobre mujer para no darse cuenta de que se había sentado junto a un turista con
bermudas, camiseta de Santiago de Compostela y potente mochila a la espalda. Cierto
que no llevaba en bandolera la cámara grande, pero un observador medianamente
avezado se hubiera dado cuenta de que no era la persona más adecuada para esa
consulta. La mujer no dejó de mascullar algo ininteligible. Un diálogo bastante
absurdo. Incluso pensé que era una broma de uno de esos programas en que un
gancho le toma el pelo al primero que pasa con aspecto de pardillo. El
pardillo, lógicamente, era yo.
La segunda escena curiosa, con
un tono ácido y bastante mala leche, se produjo en una parada cuando un
paralítico con silla de ruedas y aspecto de viejo roquero trató de subir. El
conductor, desconozco por qué causa, pasaba de bajar la rampa. Un grupo de
señoras le increparon con justa saña. El conductor insolidario trató de seguir.
Aquel amago despertó el furor guerrero de los pasajeros que arrojaron fuego por
sus bocas al conductor. No hacía falta saber búlgaro para comprender que le
estaban poniendo a parir. Ni se inmutó. Al final, un chaval robusto le ayudó a
subir. La gente siguió entreteniéndose haciendo al conductor destinatario de
todos los improperios del catálogo de insultos populares. No pararon de
echárselo en cara. Para bajar, el joven forzudo desplegó la rampa, que quizá
era manual, y volvió a ayudar al viejo roquero. Un momento después llegamos al
final de la línea.
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