No prestamos demasiada atención
a los frescos de las bóvedas y las cúpulas, que me dicen poco. Sin embargo, al
entrar, el interior nos impacta y devuelve el silencio a nuestros labios. Me
fijo en el iconostasio de madera negra, los frescos, los dorados, la pléyade de
santos. Los dos meditamos siguiendo el ejemplo de una joven que reza. Nos
alejamos de un señor mayor que rompe el encanto reproduciendo vídeos musicales
sin importarle estar en sagrado. El zumbido del aire acondicionado tiene algo
de kármico.
-Aquí estuvo la residencia del
obispo desde su instauración-, apunta Tatiana en un susurro. -La iglesia ha
sido demolida y reconstruida varias veces. Esencialmente, es del siglo XIX.
Señala los rostros de los santos
de la cenefa superior y el coro.
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