Aún queda un rato para mi
encuentro con Tatiana. Cruzo la calle para visitar otra de esas esplendorosas casas
de quienes se enriquecieron en el siglo XIX y dotaron de belleza a esta zona de
la ciudad.
Solo por visitar su interior y
contemplar su mobiliario merecería la pena el museo Philippopolis. Ocupa la
casa de Hadji Aleko Tzvetkov, construida en 1865. Además, ofrece una pequeña
colección privada de arte moderno búlgaro que sigue las temáticas y estilos desde
el Renacimiento búlgaro hasta el siglo XX. No conozco a ninguno de los pintores.
En la planta baja exhiben la obra de pintores noveles.
Estos museos instalados en las
casas típicas otomanas gozan del tamaño adecuado. No logran cansar al visitante.
Se concentran en un artista o una faceta del arte y los puedes visitar con
calma en media hora o algo más. Dejo vagar la vista por los paisajes,
bodegones, retratos, escenas costumbristas, ciudades o montañas. Del
impresionismo trasladan al expresionismo, a una mayor abstracción, o al arte
social. Todo ello en un ambiente burgués, elegante, acogedor. En cualquier
momento puede aparecer el dueño e invitarte a tomar un café sentado en el
salón.
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