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Un paseo por Sofía y Plovdiv 65. Sefardíes de Plovdiv.


 

Sus tradiciones resistieron los cambios de señores que trataron de imponer sus religiones y costumbres. Un elemento esencial para el mantenimiento de su personalidad fueron las “antiquísimas canciones en el idioma judesmo”, el ladino, ese español antiguo de peculiar evolución que ha identificado a los sefardíes y los ha diferenciado de otros judíos. El autor nos deja un evocador texto:

Son asimismo una explicación fehaciente a las fragancias de cocina andaluza que los viernes por la tarde, en vísperas del sagrado Sabbat, perfumaban todo el barrio mientras, desde los pequeños patios con tapias bajas, que más bien comunicaban a las personas en vez de separarlas, una dulce voz anciana tarareaba por lo bajo la canción de las sirvientas de Sierra Morena, perdidamente enamoradas del gitano de piel aceituna Antonio Vargas Heredia. Esto concede a las callejuelas de Plovdiv, cubiertas de piedras desiguales, con acacias polvorientas y coladas extendidas bajo las parras, cierta languidez española, voluptuosa y nostálgica, y algo de la poderosa ternura y la brumosa pasión meridional de Granada.



Me hubiera gustado impregnarme de aquellas conversaciones en ladino: “esta lengua, pequeña balsa solitaria zarandeada por el turbulento océano idiomático turco, heleno y eslavo, sobrevivió hasta nuestros días, siglos después de aquella noche de junio de 1492, y si le preguntáis a mi abuela Mazal, os asegurará que esta fue y seguirá siendo “la lingua de los padres”.

Es increíble que esa lengua, y toda la cultura que lleva aparejada, haya sobrevivido y que esos sefardíes se sigan considerando profundamente españoles y ansíen volver a España, a Sefarad, a la otra tierra prometida. Wagenstein nos da una leve pincelada de su origen:

Antaño, muchos siglos atrás, esta lengua era el latín vulgar que hablaban las legiones romanas, y por eso los doctos lingüistas la denominaron ladino. Pero mi abuela, que ignora semejante terminología académica, la llama judesmo, que significa judío. E ignora que está hablando el idioma de aquellos malditos cruzados, perseguidores de los judíos en el sur Mediterráneo, que se llevaron en sus pesados carros, junto con la plata de las sinagogas que habían saqueado, ese magma lingüístico latino. Pertenece a la misma lengua que aquel recuerdo de un idioma llamado por algunos judeoespañol, con el que se tiraban los trastos a la cabeza las abuelas judías de nuestras ciudades balcánicas, como si nada hubiera ocurrido, como si jamás hubiera existido ningún Fernando, ninguna Isabel y ningún Torquemada, como si esto no fuera Plovdiv sino Toledo o Sevilla, y no estuviéramos en el siglo XX sino a finales del siglo XV.



Aquel era un mundo de armonía étnica y religiosa creada por el amor común y que quedó destruido por los posteriores acontecimientos políticos. Era un mundo extinguido, tristemente extinguido, del que parecía vano el esfuerzo por localizar sus restos, si es que los había. Me llenó de nostalgia aquel recuerdo.

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