El escritor sefardí Ángel
Wagenstein, autor de una gloriosa trilogía sobre los judíos en la Europa del
siglo XX, formada por El pentateuco de Isaac, Lejos de Toledo y Adiós,
Shanghái, nació en esta ciudad. La que retrata en su infancia y juventud
corresponde a la segunda.
Wagenstein escribió con
nostalgia sobre aquel pequeño mundo en que creció y que había desaparecido. No
me obsesiono con la localización de los emplazamientos cuando no voy a observar
nada de aquello que busco, aunque en este caso la calle en que vivía
desembocaba en la avenida que conducía hasta la estación del tren, con lo que
estaría en la parte baja, cerca del lugar donde me perdí el día anterior, cerca
del Museo Arqueológico, la que entonces era avenida del Zar Libertador.
Con ese humor ácido de los
judíos y una hermosa prosa describe a los habitantes del barrio del Cementerio
del Medio, sus anécdotas, el pulso de su actividad, los modestos lugares donde
vivían y eran felices. Allí había “búlgaros, judíos, turcos, armenios y hasta
albaneses y gitanos”. Me hubiera gustado sentarme “bajo alguna parra en los
apacibles y pequeños patios del barrio judío”, aunque hubiera sido para “el
repaso de la lección sobre los noviazgos” en que cada mujer contaba una y otra
vez las románticas epopeyas. Eso sí, con un café, espero que mejor que el “uno
a uno” (en español en el original), que mezclaba el auténtico con una abundante
cantidad de garbanzo torrefacto o centeno tostado.
La perspectiva soñadora de su
abuelo (el Borrachón) se combina con la pragmática de su abuela:
Para
ella, la vida era un hecho, una realidad, un quehacer cotidiano que abarcaba
los problemas para alimentarnos, los baños públicos de los viernes y la
sinagoga del sábado, las pequeñas disputas con las vecinas y la historia, cien
veces relatada, de su noviazgo con el Borrachón, como si el acontecimiento
hubiera ocurrido el miércoles pasado y no más de medio siglo atrás. Eso sí que
lo contaba mi abuela con placer y todo lujo de detalles, a cambio de tener que
oír por centésima vez los relatos, igual de pormenorizados y archiconocidos por
todo el barrio, sobre los esponsales de las vecinas, esas judías viejas de más
de quinientos años, cada una a la cabeza de dos regimientos de nietos y biznietos.
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