Nos sentamos en la plaza de la Municipalidad
con una fuente refrescando el ambiente. Los niños jugaban, las parejas se daban
arrumacos y las familias charlaban animadamente. Cenamos suave: el calor nos
había quitado el apetito.
Continuamos hacia el sur y
llegamos a la zona de los foros. Los críos jugaban subiéndose por las piedras
milenarias. Esos restos estaban bien iluminados. En la parte izquierda
continuaban los restos romanos bien consolidados. Los observamos desde arriba y
luego nos infiltramos en ellos hasta el Odeón, que casi había que intuir por la
oscuridad. Algunas columnas se mantenían erguidas con un claro sentido del
orgullo.
El edificio de Correos, bastante
feo, por cierto, había sido construido sobre restos romanos. Era fácil
deducirlo al estar rodeado por los mismos. Confiaba en que no los hubieran
destruido y los hubieran dejado para la posteridad.
Si hubiéramos seguido en
dirección sur hubiéramos alcanzado la basílica episcopal, del siglo IV, y la
pequeña basílica con un baptisterio y hermosos mosaicos de los siglos IV y V. Tatiana
me recordó que en Sofía se celebró el Concilio de la Iglesia Oriental en el año
343. Las luchas arrianas habían agrietado más la unidad del cristianismo. Al
día siguiente me despisté y fueron de los pocos monumentos que no pude visitar.
La regla de dejar algo pendiente para una futura ocasión se confirmaba.
Regresamos hacia la zona de ocio.
A esa hora gozaba de una gran animación. Las callejuelas estaban repletas de
terrazas, de gente, de música, de diversión. La ciudad era es famosa también
por su vida nocturna y, desde luego, no decepcionaba a nadie. La milenaria
ciudad se negaba a dormir y ofrecía un caluroso complemento a los visitantes.
A Tatiana le hizo mucha gracia
que utilizara el término garito para referirme a los locales de copas.
Repitió la palabra varias veces entre risas.
Ella tampoco estaba muy
dispuesta a terminar la noche.
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