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Un paseo por Sofía y Plovdiv 61. Atardecer en Plovdiv.


 

En verano, el sol se niega a desaparecer de la escena. Se aferra al cielo, aunque sabe que tiene perdida la lucha y acabará cayendo tras el horizonte. El ciclo no cesa, es infatigable. Las imágenes se pueblan de luz difusa, se van desvaneciendo en la penumbra primero y luego en la oscuridad, despacio, con parsimonia, como si también ellas disfrutaran del verano y su ritmo mortecino.



Al salir del hotel me encontré con la atractiva luz del atardecer sobre la ciudad. Desde la novena planta la vista del otro lado del río era bastante completa. Apreciaba bien las colinas, los desarrollos urbanísticos que vencían la altura de las jugosas copas de los árboles. No había sido consciente de ese verdor intenso. Tampoco de las nubes oscuras que simulaban una tapa sobre la ciudad y causaban un bochorno húmedo terrible. La temperatura era muy alta y el aire que reptaba por las calles era caliente, como traído del desierto. Empecé a caminar y se cubrió mi frente de una fina capa de sudor.



Después de cruzar la avenida 8 de septiembre se desplegaba una calle peatonal ideal para el ritual del paseo. Los edificios eran desiguales, algunos vistosos a pesar de su mal estado. Las bocacalles de la izquierda eran más atractivas que las de la derecha. Allí me esperaba Tatiana para tomar una cerveza y charlar.

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