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Un paseo por Sofía y Plovdiv 55. La casa Kilanti y San Demetrio.


 

Aún me quedaba un rato para comer y me acerqué a la casa Lamartine, que tomaba su nombre por haberse hospedado en ella el escritor francés. Albergaba la Unión de Escritores Búlgaros. No accedí a ella. Visité la casa Kilanti, un estupendo ejemplo de casa asimétrica (la Danov lo era de casa simétrica).



Kilanti, el primer dueño, fue un acaudalado tratante de lana. Por aquel entonces, el ejército otomano se suministraba de este producto en Bulgaria, lo que provocó que los implicados en ese comercio se lucraran en abundancia. Ellos fueron los que financiaron el movimiento que finalmente expulsaría a los turcos. Parecía un contrasentido: habían financiado su propio desalojo.



Aquel legado exaltaba el orgullo de sus dueños pasados y presentes. El amplio salón me sumergió en una novela del siglo XIX, romántica, sofisticada. El mobiliario y la decoración de paredes y techos eran hermosos, de buen gusto, denotaban la preocupación por la estética. Me imaginé las escenas que se habían desarrollado en ese salón, en otras estancias: cierres de tratos comerciales, veladas literarias y musicales, conspiraciones… Personajes elegantes e interesantes moviéndose por este espacio y cambiando la historia del país a la luz de las velas. Aquí estaba el espíritu del Renacimiento búlgaro.



Aún tuve unos minutos para entrar a la iglesia de San Demetrio, un santo de amplio predicamento en la zona. Su interior de muros blancos y columnas azules estaba solitario. Entraba la luz domesticada por la santidad del lugar. En el mismo entorno de la iglesia había una exposición de iconos. Una pintora, que era una de las autoras de los mismos junto a otro compañero, se afanaba en los últimos detalles para completar aquella obra que seguía las tendencias ancestrales.

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