Como la gran estrella de los
monumentos romanos era el teatro, pregunté y me dieron las indicaciones
pertinentes. Había que subir a una de las tres colinas que dieron nombre a la
ciudad: Taksim Tepe. El sol abrasaba de forma impenitente. No había forma
humana de extirparlo de la piel y la mente. La mochila provocaba un fuerte
sudor en mi espalda. Por supuesto, la gente estaba refugiada en sus casas o en
las terrazas. Había que estar loco para continuar con aquel calor.
Me gustaron las casas que fui
encontrando. Paré y tomé un té frío con frutas que me revitalizó. En la primera
pendiente me giré y aprecié la estructura general de Plovdiv, que completé al
subir las escaleras que llevaban hasta la torre y una plataforma: Sveta Bogoroditza,
la iglesia de la Asunción. A la izquierda, una terraza con una sombra que era
como un canto de sirena para que abandonaras. Sin embargo, me decanté por el
sol abrasador. Faltaría más.
El calor era tremendo,
descalificador, como de penitencia o prueba iniciática, cinematográfico, propio
de una escena en el desierto en que el héroe se sobrepone a lo que parece
imposible. A la sombra de la iglesia se recuperaba de un golpe de calor una
joven de rostro desencajado. La atendían unos familiares. Era como un aviso de
las consecuencias de seguir adelante y no aceptar el refugio de la terraza. El
resto de los asistentes estaba en el interior haciéndose las fotos tras un
bautizo. La pequeña era ajena al calor y recorría todo con una mirada curiosa
que quería aprehender el entorno. A los padres se les veía orgullosos. Los
familiares se iban alternando para inmortalizarse. Me colé y recorrí la iglesia
procurando pasar desapercibido.
En un panel ofrecían algunos
datos del templo. A finales del siglo XII el obispo Constantino había salvado
de la herejía a muchos cristianos y fue consciente de la necesidad de una nueva
iglesia, a lo que siguió la construcción de un monasterio destruido tras la
conquista otomana del siglo XIV. Aquella construcción decayó con el tiempo y no
fue hasta el Resurgimiento Nacional del siglo XIX cuando la prosperidad de los
comerciantes y la relajación de los dominadores dio lugar a un frenesí
constructor y rehabilitador que comprobaría en otros lugares de la ciudad. La
iniciativa del nuevo templo fue de dos recaudadores de impuestos al servicio
del Imperio Otomano. La iglesia se enriqueció con el claro iconostasio, nuevos
iconos, mobiliario y frescos.
Hasta 1960 el rito de las
celebraciones fue el griego, a pesar de que el exarcado de Bulgaria se había
creado en 1872. Los clérigos griegos fueron los únicos reconocidos por el Imperio
Otomano como representantes del credo ortodoxo, lo que generó bastante
animadversión hacia los mismos.
En el lado este había un pequeño
cementerio donde estaban enterrados varios obispos y personajes eminentes.
0 comments:
Publicar un comentario