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Un paseo por Sofía y Plovdiv 51. Penitencia en cuesta: la iglesia de la Asunción.

 


Como la gran estrella de los monumentos romanos era el teatro, pregunté y me dieron las indicaciones pertinentes. Había que subir a una de las tres colinas que dieron nombre a la ciudad: Taksim Tepe. El sol abrasaba de forma impenitente. No había forma humana de extirparlo de la piel y la mente. La mochila provocaba un fuerte sudor en mi espalda. Por supuesto, la gente estaba refugiada en sus casas o en las terrazas. Había que estar loco para continuar con aquel calor.

Me gustaron las casas que fui encontrando. Paré y tomé un té frío con frutas que me revitalizó. En la primera pendiente me giré y aprecié la estructura general de Plovdiv, que completé al subir las escaleras que llevaban hasta la torre y una plataforma: Sveta Bogoroditza, la iglesia de la Asunción. A la izquierda, una terraza con una sombra que era como un canto de sirena para que abandonaras. Sin embargo, me decanté por el sol abrasador. Faltaría más.



El calor era tremendo, descalificador, como de penitencia o prueba iniciática, cinematográfico, propio de una escena en el desierto en que el héroe se sobrepone a lo que parece imposible. A la sombra de la iglesia se recuperaba de un golpe de calor una joven de rostro desencajado. La atendían unos familiares. Era como un aviso de las consecuencias de seguir adelante y no aceptar el refugio de la terraza. El resto de los asistentes estaba en el interior haciéndose las fotos tras un bautizo. La pequeña era ajena al calor y recorría todo con una mirada curiosa que quería aprehender el entorno. A los padres se les veía orgullosos. Los familiares se iban alternando para inmortalizarse. Me colé y recorrí la iglesia procurando pasar desapercibido.



En un panel ofrecían algunos datos del templo. A finales del siglo XII el obispo Constantino había salvado de la herejía a muchos cristianos y fue consciente de la necesidad de una nueva iglesia, a lo que siguió la construcción de un monasterio destruido tras la conquista otomana del siglo XIV. Aquella construcción decayó con el tiempo y no fue hasta el Resurgimiento Nacional del siglo XIX cuando la prosperidad de los comerciantes y la relajación de los dominadores dio lugar a un frenesí constructor y rehabilitador que comprobaría en otros lugares de la ciudad. La iniciativa del nuevo templo fue de dos recaudadores de impuestos al servicio del Imperio Otomano. La iglesia se enriqueció con el claro iconostasio, nuevos iconos, mobiliario y frescos.



Hasta 1960 el rito de las celebraciones fue el griego, a pesar de que el exarcado de Bulgaria se había creado en 1872. Los clérigos griegos fueron los únicos reconocidos por el Imperio Otomano como representantes del credo ortodoxo, lo que generó bastante animadversión hacia los mismos.

En el lado este había un pequeño cementerio donde estaban enterrados varios obispos y personajes eminentes.

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