Me acomodé en el asiento 12 del
vagón A2, de primera clase, que identifiqué por un diminuto cartelito, y me
dispuse a disfrutar del paisaje y de la gente. Tenía tres horas por delante.
Durante mucho tiempo esta fue la
única línea de ferrocarril que unió Europa occidental con Oriente. Su recorrido
pasaba por París, Viena, Budapest, Belgrado, Sofía y Estambul, incluso
prolongándose hasta Bagdad. Era un argumento más sobre la importancia
estratégica de Bulgaria en el centro de los Balcanes. Aquí se habían librado
las más importantes batallas por la península y el Este de Europa. Los rusos,
conscientes de ello en la segunda mitad del siglo XIX, habían animado el
nacionalismo búlgaro para acabar con el Imperio Otomano en la zona balcánica, lo
que les hubiera permitido alcanzar Estambul. Su idea era crear un estado que se
extendiera desde el Danubio al Egeo y desde el mar Negro a las costas de
Albania, la Gran Bulgaria con la que soñaba ese pueblo enardecido por el Resurgimiento.
Eso sí, ese estado estaría regido por los rusos. Por supuesto, tras el tratado
de San Stefano, Austria-Hungría, Francia y Gran Bretaña lo impidieron con los
acuerdos del Congreso de Berlín de 1878.
Volvieron a intentarlo tras la
Segunda Guerra Mundial imponiendo un comunismo agresivo en los Balcanes.
Pretendían extender el dominio soviético desde el mar Negro al Egeo. No parecía
el mejor socio ya que, como destacaba Joseph S. Roucek, su población era
mayoritariamente campesina, la industria estaba poco desarrollada y no había
contado con grandes dominios feudales. El proletariado industrial, la principal
materia prima, era escaso. Sin embargo, la Bulgaria comunista fue el más fiel
servidor de los soviéticos.
El tren paró en todas las
estaciones que se sucedían a las afueras de Sofía. Eso justificaba la duración
de tres horas. En coche hubiera supuesto la mitad de tiempo. Eso sí, sin el
contacto con el pueblo soberano, el que vestía sin lujos y se tomaba el fin de
semana para echar una canita al aire. En mi entorno había un poco de todo: un
pesado a mi espalda, una chica joven y muy tatuada en diagonal, una pareja que
demostraba en todo momento que se querían con intensidad, unas señoras que se
ponían el mundo por montera.
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