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Un paseo por Sofía y Plovdiv 45. El tren espera.

 


Por la noche había preparado la maleta para dejarla en consigna en el hotel, al que regresaría al día siguiente por la noche. No merecía la pena transportarla ya que mediatizaría mi desplazamiento. Un acierto. El segundo fue dejar la guía, que pesaba lo suyo, y la cámara grande, otro trasto. Hice fotos de las seis páginas de la guía sobre Plovdiv. Suficiente para orientarme y saber lo que necesitaba visitar. El zoom de la cámara se había estropeado y no funcionaba como gran angular. El móvil me serviría eficazmente, aunque no fuera comparable su calidad.



El breve trayecto hasta la estación carecía de encanto o atractivo. La estación me pareció bastante adecuada, grande, moderna, aunque me entró un sudor frío al comprobar que los carteles estaban en cirílico. Uno espera que tras la información en este alfabeto aparezca luego en el latino. O que después del aviso por megafonía en búlgaro le siga el mensaje en inglés. Me temo que no. Menos mal que los números eran perfectamente inteligibles, aunque no sabía si mi tren o vagón sería del sector este u oeste. El mogollón de gente que se movilizó cuando salió el andén 8 me sacó de dudas. Si nos equivocábamos lo haríamos en masa: ¡solidaridad! Con los bríos que me había aportado una especie de bocata grasiento comprado en una máquina me lancé a la conquista del andén con tan disciplinado ejército de herederos del espíritu tracio.

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