Incluí la visita al Museo
Arqueológico por mi interés en los tracios, un pueblo que se movía entre la
realidad y la leyenda, “entre las luces de la historia y las sombras de la
prehistoria”, como leí en el catálogo de la exposición celebrada en la
Fundación La Caixa de Madrid entre septiembre de 2005 y enero de 2006: “Los tracios.
Tesoros enigmáticos de Bulgaria.” Desde entonces quedé cautivado con aquella
cultura conocida esencialmente por las fuentes griegas y romanas con más
sombras que luces, aunque con unos objetos que paliaban la idea superficial que
teníamos sobre su origen, lengua y costumbres. “Los dioses hablan en mensajes
de piedra y metal”, afirmaba el catálogo.
Los tracios fueron un pueblo
indoeuropeo procedente de las estepas asiáticas. Se establecieron hacia el año
1000 a.C. en el norte de Grecia, Bulgaria, Rumanía y hasta la desembocadura del
río Dnieper en Ucrania. Crearon varios estados tribales regidos por reyes
guerreros. Las pocas inscripciones que se habían encontrado (al menos a la
fecha de la exposición y el catálogo) habían impedido descifrar su lenguaje. La
asimilación de su cultura por la helenística había borrado una parte importante
de la originalidad de sus creencias, creaciones artísticas y estructuras
sociales. Evidentemente, quedaba mucho por hacer para un conocimiento más
concreto sobre los tracios.
La mayoría de lo que conocíamos sobre
ellos procedía de las tumbas-túmulos donde habían sido enterrados los
personajes más destacados de su aristocracia. Según el catálogo, habían
sobrevivido unos 15.000 túmulos que abarcaban un espacio temporal desde la Edad
de Bronce temprana (entre el 3500 y el 2000 a.C.) y el siglo IV a.C. Su forma y
tamaño eran variados y respondían a su concepción del mundo, como destacaban en
el tantas veces mencionado catálogo:
La
extensión de la base del túmulo simboliza el mundo real y los muros que lo
rodean marcan un contorno sobre el que se apoya la bóveda celeste, lugar
habitado por los dioses “auténticos” y por aquellos que los tracios, después de
ser enterrados, consideraron que debían ostentar tal rango… no es fruto del
azar la coincidencia de rasgos entre estos túmulos: la disposición de las fosas
bajo la superficie, cámaras abovedadas y objetos similares.
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