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Un paseo por Sofía y Plovdiv 44. Regresando al hotel.


 

Rodeé completamente la iglesia Sveti Nedelya, misteriosa, acariciante, sus arcos como ojos o una sonrisa abierta, la cúpula como una referencia para noctámbulos. Los edificios gubernamentales exhibían orgullosos sus muros altos y poderosos. La Casa del Partido me pareció menos severa, más cercana, su belleza soviética más atrayente.

El parque arqueológico abierto de Serdika también estaba iluminado y los últimos rezagados lo visitaban y se maravillaban con sus muros bajos. La mezquita de los Baños aún permanecía abierta y el encargado me miró con curiosidad cuando mi curiosidad penetró en la galería porticada desde la verja. Volvía a gustarme en esta tercera versión, la de la noche plena. Me pregunté quién acudiría a la mezquita tan tarde, aunque alguien habría si permanecía abierta.



Por la peatonal, sin actividad comercial y sin locales abiertos, salvo los de un patio, desemboqué en la calle del Mercado de las Mujeres y seguí hasta Hristo Botev. Los nombres de las calles me recordaron el esplendor del Primer Reino Búlgaro: Knyaz Boris I, Tsar Samuil, Tsar Simeón. Y los siempre presentes Kiril i Metodii (Cirilo y Metodio).

Algún edificio brioso permanecía iluminado. Pasó el tranvía y dejó el ruido colgado del ambiente.

Me saludó el joven de recepción.



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