Rodeé completamente la iglesia
Sveti Nedelya, misteriosa, acariciante, sus arcos como ojos o una sonrisa
abierta, la cúpula como una referencia para noctámbulos. Los edificios
gubernamentales exhibían orgullosos sus muros altos y poderosos. La Casa del Partido
me pareció menos severa, más cercana, su belleza soviética más atrayente.
El parque arqueológico abierto
de Serdika también estaba iluminado y los últimos rezagados lo visitaban y se
maravillaban con sus muros bajos. La mezquita de los Baños aún permanecía
abierta y el encargado me miró con curiosidad cuando mi curiosidad penetró en
la galería porticada desde la verja. Volvía a gustarme en esta tercera versión,
la de la noche plena. Me pregunté quién acudiría a la mezquita tan tarde,
aunque alguien habría si permanecía abierta.
Por la peatonal, sin actividad
comercial y sin locales abiertos, salvo los de un patio, desemboqué en la calle
del Mercado de las Mujeres y seguí hasta Hristo Botev. Los nombres de las
calles me recordaron el esplendor del Primer Reino Búlgaro: Knyaz Boris I, Tsar
Samuil, Tsar Simeón. Y los siempre presentes Kiril i Metodii (Cirilo y
Metodio).
Algún edificio brioso permanecía
iluminado. Pasó el tranvía y dejó el ruido colgado del ambiente.
Me saludó el joven de recepción.
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