Cumpliendo fervientemente el
horario nos dejaron frente a la sede de la catedral de Alexander Nevski a las cinco
de la tarde.
Aún era pronto, por lo que me
decidí a dar un rodeo antes de volver al hotel. Pasé ante la Biblioteca
Nacional, la Universidad con sus potentes edificios y crucé el bulevar Vasil
Levski para internarme en el jardín donde estaba ubicado el monumento al
ejército soviético. Creía que había llegado al jardín de Boris (Borisova
Gradina), que estaba a continuación en dirección sudeste. Frente a él se
había congregado un grupo del tour sobre el pasado comunista.
En el monumento, un soldado del ejército
soviético era acompañado por un trabajador búlgaro y por una campesina con un
niño en brazos. En la base, unos relieves escenificaban la Revolución de Octubre
y la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente, habían trazado los colores de la
bandera ucraniana a lo largo del pedestal. En otros bloques un poco más
alejados campesinos y soldados se abrazaban fraternalmente. El monumento era de
1956, época en que el régimen se iba desmarcando de la época estalinista. Las
relaciones con la Unión Soviética eran inmejorables. Bulgaria era uno de los
más fieles aliados de la gran potencia. La caída del régimen comunista y el
advenimiento de la democracia trazaron un paulatino alejamiento hasta la
entrada del país en la OTAN en 2004 y su adhesión a la Unión Europea en 2007.
En el actual contexto de la guerra en Ucrania, Bulgaria se había posicionado
contra Rusia, de la que dependía energéticamente (importaba de Rusia más del
90% del gas que consumía). En represalia, habían cortado el suministro. Los
problemas con el abastecimiento de trigo habían provocado un fuerte repunte de
la inflación.
El parque me pareció que estaba
un tanto deteriorado, con muchas pintadas. Los chavales, de aspecto gótico, se
entretenían con los monopatines o charlando a la sombra de los árboles. Algunas
familias con niños disfrutaban de un clima apacible. Era una estampa cotidiana
de verano.
El monumento al zar Libertador,
Alejandro II de Rusia, me devolvió a aquellos tiempos del último tercio del
siglo XIX en que la relación era impecable, aunque también sujeta a diversas
controversias, como cuando Bulgaria anexionó Rumelia Oriental sin el permiso de
Rusia.
Regresé bajo un sol aún
contundente y un calor que aconsejaba refugiarse un rato para el asalto de la
tarde.
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