Rila gozaba de cierta autonomía
respecto al estado y la Iglesia ortodoxa búlgara. Lubomir lo comparaba con el
Vaticano. Recaudaba sus propios “tributos” en la zona de su territorio y disfrutaba
de independencia para organizarse al margen de la jerarquía eclesiástica.
Todo el perímetro albergaba las
celdas de los monjes, lo que se había reconvertido en hospedería. Cualquiera
podía alojarse allí. Me encantó la combinación del blanco con las maderas de
intenso color marrón. En la parte baja, donde estuvieron las estancias
generales, como el refectorio, habían alojado un museo, una galería de arte,
alguna tienda y oficinas.
La iglesia dominaba el centro
del patio. Una cúpula central se apoyaba en una cascada de semi cúpulas, como
en otros templos ortodoxos búlgaros o de inspiración otomana. Algo le daba una
personalidad especial. Quizá fuera la galería porticada por tres de sus lados
con un alero. Se intuían los frescos, ese éxtasis de color que merecía una
atención especial. Hasta allí nos acercamos y lo recorrimos. Fue después de
comer cuando lo pude admirar con calma.
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