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Un paseo por Sofía y Plovdiv 34. Los monasterios y las iglesias.

 


Como en otros países europeos, durante la Edad Media, la cultura se desarrolló en los monasterios, que habían florecido por todo el territorio. Con la irrupción de los otomanos, la Iglesia ortodoxa fue la garante de la conservación del idioma y la cultura búlgara. De los monasterios saldrá esa cultura con un nuevo espíritu nacionalista para impulsar decididamente el resurgimiento nacional y, en definitiva, la liberación e independencia.

Los monasterios fueron fundados en lugares alejados del mundanal ruido, en los valles de las montañas, difícilmente accesibles, como células independientes que congelaran el tiempo y la fe tradicional. Allí conservaron libros, documentos, arte, cultura.

El país estaba repleto de iglesias ortodoxas, como ya había comprobado en Sofía y comprobaría en Plovdiv. Las más antiguas habían resistido milagrosamente al tiempo y a la dominación otomana. En el siglo XIX, aprovechando la debilidad turca, hubo un fervor constructor.



Las iglesias estaban decoradas con frescos e iconos que cubrían completamente sus muros, arcos, cúpulas y todo lugar que lo permitiera, ofreciendo una lectura fácil para un pueblo fervoroso pero analfabeto. Ese inmenso patrimonio había llegado hasta nuestros días.

El otro elemento destacado de los templos ortodoxos era el iconostasio, que separaba el presbiterio, el ábside, del resto de la iglesia. Esa zona, a la que se accedía por las puertas sagradas, en el centro, era patrimonio exclusivo de la jerarquía eclesiástica. Los feligreses tenían vetada esa parte, la más sagrada, la más secreta. Solo se intuían los frescos de su parte superior.

Los iconostasios eran habitualmente de madera finamente tallada, negra o dorada. También encontré de mármol y alabastro, como el de la catedral de Alexander Nevsky. Los iconos que los adornaban en bandas superpuestas seguían un esquema bastante habitual, aunque con lógicas variantes. A la izquierda y la derecha de las puertas sagradas, la Virgen y Cristo (o un icono de la iglesia o de su patrón); a sus lados, los soberanos. Sobre ellos, la Déesis, la plegaria o súplica: Cristo en majestad llevando un libro y flanqueado por la Virgen y San Juan Bautista, ángeles y santos. Se encuentra también en el arte bizantino, románico y gótico. Más arriba, las fiestas litúrgicas. Sobre ellos, los profetas y en la parte superior los patriarcas. Lo remata todo una cruz de tres brazos con el inferior inclinado, una variante de la cruz de Jerusalén o de nuestra cruz de Caravaca.

Quien sepa cirílico tendrá más fácil saber quién es quién en cada una de las representaciones.

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