Las relaciones entre España y
Bulgaria eran más amplias y mejores de lo que suponía antes de visitar el país.
Como curiosidad, su último rey, Simeón II, se había educado y vivía en España.
Tras su triunfo en las elecciones de 17 de junio de 2001 (con la Alianza
Nacional Simeón II) las relaciones crecieron. Cuando abandonó el poder cuatro
años después regresó a España.
Nuestro país apoyó, sin
vincularlo a ninguna condición, la entrada de Bulgaria en la OTAN y en la Unión
Europea. En 1993 habían firmado un Tratado de Amistad bilateral. Desde entonces
se habían producido numerosas visitas oficiales de uno y otro país a todos los
niveles y materias.
El español era la cuarta lengua
en importancia, tras el inglés, el ruso y el alemán. Desde 2006 funcionaba el
Instituto Cervantes en Sofía. Había dieciséis institutos bilingües, ciento
cincuenta institutos secundarios en que enseñaban español y seis universidades
con departamento de estudios en español. Unos veinte mil búlgaros estudiaban
nuestra lengua. Éramos el país del mundo “donde más alumnos búlgaros pueden
estudiar su lengua materna en centros educativos durante los fines de semana”, reportaba
con orgullo la ficha-país.
Ambos países gozan de una muy
consolidada colaboración en la Antártida. Los búlgaros bautizaron una isla de
ese continente con el nombre de Cacho Island, en honor del científico,
divulgador y escritor español Javier Cacho.
Desde la adhesión a la Unión
Europea las relaciones comerciales fueron creciendo, aunque su volumen aún
fuera reducido. En 2021, las exportaciones fueron de 763,9 millones de euros. Las
importaciones, 822,3 millones de euros. Éramos el décimo cliente y el décimo
cuarto proveedor de Bulgaria. La inversión española en este país era muy
moderada. En el periodo 2004-2021 ascendió a 973 millones de euros, lo que nos
colocaba en el décimo noveno puesto.
La relación de acuerdos firmados
era enorme y abarcaba muchas materias. En definitiva, me encontraba en un país
amigo.
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