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Un paseo por Sofía y Plovdiv 25. Tomando el pulso a la tarde.

 


Para acceder al centro desde el hotel tenía dos posibilidades. La primera era salir hacia la derecha, tomar el bulevar Slivnitsa hasta el bulevar de la Princesa María Luisa, que se convertía al final en el bulevar Vitosha, mi objetivo de aquella tarde-noche. La otra implicaba salir hacia la izquierda y bajar hacia Pirotska, una calle peatonal de segundo orden que desembocaba en la mezquita Banya Bashi. Habitualmente, si salía por la primera regresaba por la segunda.

En las inmediaciones del hotel no había nada atractivo para la noche. El bazar de las Mujeres se quedaba desierto y los pocos personajes que rondaban por allí no eran demasiado recomendables. El bulevar Princesa María Luisa devolvía un poco de animación y al alcanzar las inmediaciones de la zona gubernamental las terrazas se poblaban de gente que no quería perderse las estupendas tardes de verano.



Vitosha rompía con la tranquilidad. Era puro ajetreo: mucha luz, mucha gente, muchos restaurantes, muchas heladerías. El paseo era un ritual inexcusable. Los músicos y los artistas callejeros contribuían a ese espectáculo sencillo que estaba buscando.

Lo recorrí entero hasta el bulevar Patriarh Evtiny y el alargado parque en donde aparecía, dominante, el Palacio Nacional de la Cultura (NDK, la abreviatura conocida del mismo). Del parque llegaba música y tuve la impresión de que acumulaba muchos visitantes, como si peregrinaran a algún espectáculo al aire libre. Eran las nueve de la noche y temí que me enredara allí y me quedara sin cenar. Regresaría luego, por lo que busqué un restaurante cerca de ese cruce. Me daría cuenta esa noche de que era razonable reservar si querías cenar en un restaurante de cierta calidad.

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