En un banco, una pareja
dialogaba con un sacerdote y me puse a hacer elucubraciones sobre el contenido
de su encuentro, quizá una boda. Un par de empleados ejecutaban una reparación
de urgencia. Yo miraba para todas partes, quizá buscando que Dios me hablara.
Paré y reflexioné. Di una segunda vuelta.
Un paisano me mostró la efigie
del kan Boris I, quien en el siglo IX se convirtió al cristianismo, al
igual que sus súbditos, como era costumbre. Él fue quien invitó a los monjes
Clemente y Naum a difundir su fe y dar preeminencia a la lengua eslava.
Tradujeron la Biblia al eslavo, para lo que crearon el alfabeto cirílico. Desde
aquí se difundiría al mundo eslavo, a los Balcanes. Recordé mi estancia en
Macedonia del Norte, al lago Ohrid, a donde se asomaba el monasterio de San
Naum. A la ciudad de Ohrid y el monasterio de San Pantaleón, la universidad
donde se formaron los clérigos que difundieron la fe cristiana por el Este de
Europa. Allí estaban parte de las raíces búlgaras.
Solo al repasar la guía tiempo
después me di cuenta de que no había visitado la cripta y su magnífica
colección de iconos. Para otra ocasión. Querido lector, tú no te lo pierdas.
Emprendí el regreso. Cerca de la
Asamblea Nacional había un pequeño grupo de manifestantes bastante pacífico y
bien controlado por la policía. No les presté demasiada atención y no me enteré
de sus reivindicaciones. Casi rehice el camino anterior y en media hora estaba
en el hotel.
No descansé todo lo necesario: respondí
mensajes, envié fotos y vídeos y me tumbé un rato.
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