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Un paseo por Sofía y Plovdiv 23. La catedral de Alexander Nevski II


 

La entrada era gratuita y habían optado por cobrar, con buen criterio, 10 leva por fotografiar y 30 leva por hacer vídeo. Ya nadie hacía vídeos, salvo con el teléfono. Que eran estrictos con esta norma lo comprobé nada más entrar al interior y hacer la primera foto. Un joven me enfocó con un puntero láser verde. Le saqué el recibo y se excusó. No lo comprobó. Si hubiera sacado un ticket del supermercado quizá hubiera obrado el mismo efecto.



Mis impresiones sobre las iglesias ortodoxas de Sofía iban, nuevamente, en ascenso. La anterior referencia de grandiosidad, Sveti Nedelya, quedaba eclipsado por esta catedral. El juego de luces y sombras daba teatralidad y espiritualidad. Aquel ejército de figuras que se asomaban por todas partes daba la impresión de un diálogo silencioso con las alturas, con los muros o los arcos. Recorrí la iglesia con pausa, deleitándome, tratando de identificar las escenas. Rezando un padrenuestro, que nunca viene mal cuando el lugar exalta tu alma. En algunas zonas me pareció que el estado de salud de los frescos no era el más adecuado debido a las humedades.



Me acerqué hasta el iconostasio de mármol y alabastro. Las lámparas que alumbraban esa zona central eran enormes. A la izquierda, se alzaba el púlpito. A la derecha, el baldaquino con el trono del zar, que fue asiduo asistente a las ceremonias. Me recordaron al románico italiano, quizá por la influencia bizantina. Los iconostasios laterales también merecían una atención especial.



Los visitantes no éramos demasiado numerosos. Nada que ver con esas hordas que impiden un disfrute tranquilo. No sentí agobio en ninguna de mis visitas en la ciudad. El turismo no parecía demasiado arraigado, a pesar del gran interés que ofrecían muchos lugares.

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