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Un paseo por Sofía y Plovdiv 20. Un merecido descanso y un ejemplo de tolerancia.


 

Estaba cansado. El paso cansino que caracteriza el lento avance en los museos me había dejado la musculatura de las piernas y los pies sobrecargados. Rodeé el cercano Palacio Real, sede del Museo Etnográfico y la Galería Nacional, y en la parte posterior encontré un agradable jardín con esculturas modernas y una suculenta terraza a la sombra, el lugar perfecto para tomar algo, descansar y ordenar notas. Por la noche sería un estupendo sitio de copas, me imaginé. Pedí un capuchino.



A unos metros, en una de las mesas altas, dos mujeres de unos cuarenta años, vestidas con estilo y de rostro radiante se acariciaban y besaban con celo, con intensa pasión. Se enroscaban, se separaban tras un beso, se hacían un selfie. Las observé sin demasiado descaro, aunque con insistencia, y debieron captar mi espionaje. Me dio la impresión de que se excitaban más y que redoblaban la demostración de su amor sin cortapisas. Alguna mirada de pícara provocación me lanzó la que iba vestida más moderna e informal, de colores claros que destacaban más su belleza. La otra llevaba un vestido negro ajustado que permitía la exhibición de unas largas y bronceadas piernas.



Esa escena fue un signo claro de la tolerancia que imperaba en el país hacia la diversidad sexual. Es cierto que no volví a ver nada similar en el viaje. Era habitual encontrar a chicas de la mano en actividades juguetonas, pero sin el componente sexual abierto de esas dos mujeres. Me recordó las persecuciones de gays y lesbianas en otros países, como Rusia. Allí nadie elevó la voz, ni siquiera le prestó la menor importancia.

Fue la anécdota que acompañó mi descanso. Les auguré una intensa tarde o noche de pasión.

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