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Un paseo por Sofía y Plodvid 28. Una ronda de alrededores de Sofía.


 

Con una puntualidad envidiable nos pusimos en movimiento poco después de las nueve, la hora programada. El autocar iba lleno, unas cincuenta o sesenta personas. Los que habíamos contratado tour guiado teníamos derecho a sentarnos delante. Los que contrataban tour con audioguía, en el centro. La parte trasera era para los que solo habían contratado el transporte. Un poco clasista, pero así es la vida.

Me gusta llevar los ojos bien abiertos en los desplazamientos para hacerme una idea más cabal del país que visito. Sales del centro de la ciudad y se ofrece al viajero la cara más auténtica o la más cotidiana, los lugares en que la gente corriente vive o trabaja, los centros de negocios o los polígonos industriales, el campo, el mundo rural, la agricultura y la ganadería. Te da la pauta de la riqueza y el desarrollo, de las carencias, de la dureza del medio rural que se despuebla mandando a sus efectivos más jóvenes a la ciudad.



La cara acomodada era el barrio residencial de Boyana, donde se ubicaba la iglesia que fuimos a visitar en primer lugar. En el arranque de la montaña de Vitosha, este antiguo pueblecito se había poblado de villas y hotelitos de porte burgués o aristocrático arropados por el bosque. En verano, ese verdor era una bendición para combatir el calor. Habían construido también algunos edificios de apartamentos con un toque vanguardista. Por supuesto, era caro y elitista. Si hubiera vivido una época en Sofía me hubiera gustado vivir en este barrio.

El contrapunto estaba unos kilómetros más allá, hacia el sur. Era una sucesión de bloques de hormigón impersonales y horrorosos del periodo comunista, sin alma, sin estética, desangelados. En este barrio dormitorio, que apunté en mi libreta como “Love”, y que no he podido confirmar su denominación correcta, vivían unas doscientas cincuenta mil personas. Era realmente una ciudad, bien dotada de servicios, en que el alquiler era bastante bajo (unos 200 euros al mes). Me recordó la expresión de mi cuñado de “Tetuán de las victorias”, por el barrio madrileño que en el pasado fue bastante alienante.

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